domingo, 15 de diciembre de 2024

Micropaisajes IV: naturaleza inorgánica (minerales, arenas y tejidos)

Continuamos la entrada anterior dedicada a la microsublimación, una técnica de extracción de compuestos volátiles tan interesante como desconocida, siempre con la imprescindible guía del libro de Bruno P. Kremer Manual de Microscopía. Como siempre, absolutamente todas las imágenes son del que escribe, a menos que se diga lo contrario.

Pues bien, la siguiente sección del libro trata de la microscopía de las secciones finas de materiales duros, conocidas como láminas delgadas de rocas y minerales. Estas preparaciones geológicas son difíciles de realizar, y la maquinaria de corte e instrumental necesario sólo suelen estar disponibles en laboratorios geológicos especializados. Hay colecciones históricas de láminas delgadas muy interesantes, como la del Museo Nacional de Ciencias Naturales.

Sección del libro que nos ocupa

Estas preparaciones petrográficas, cuya ejecución implica cortar la piedra con el grosor de unas pocas micras, resultan muy costosas. Algunas son realmente espectaculares, pero este humilde blog no se las puede permitir, por lo que habrá que conseguir un placebo o sucedáneo que haga los honores convenientemente.

La primera condición -la más obvia- es que nuestra piedra o mineral sea transparente o traslúcida sin necesidad de corte alguno. Esto limita bastante las opciones, pero se hará lo que se pueda con lo que se tiene.

Así pues observo mi colección de pedruscos, que he ido pacientemente acumulando desde mi más tierna infancia, esa que aún -menos mal- sigue viva de algún extraño modo.

Algo habrá por aquí
Localizo un sedoso amasijo de laminillas blancas: un pedazo de moscovita -la mica blanca de toda la vida- recogida en los filones de pegmatita y cuarzo al N del cerro de San Pedro, en Guadalix de la Sierra (Madrid).

Moscovita exfoliada
Con una navaja de Taramundi -como usuario exigente de buenas herramientas- separo algunas de sus láminas, levemente traslúcidas, y las coloco sobre el portaobjetos. 

Moscovita, bajos aumentos, con cabeza de oso

Bajo la luz polarizada y oblicua -con el condensador algo cerrado y descentrado- a bajos aumentos se aprecian las láminas, muy flexibles y elásticas. Además una pareidolia: parece una cabeza de oso mirando a la derecha, deseando zamparse un tarro de miel.

Moscovita, altos aumentos

Con altos aumentos se aprecian perfectamente los límites de las láminas cristalinas. Éstas no presentan un tono lumínico regular debido a la presencia de impurezas entre las propias láminas.

Encuentro, entre toda la vorágine de minerales, conchas y fósiles, unos finos hilos apelmazados formando pequeños hatillos blancos, de tacto sedoso. Se trata de las infames fibras de asbesto, en concreto tremolita, cancerígenas por aspiración continuada.

Fibras de tremolita

Con bajos aumentos aparecen las fibras, de superficie estriada, rectas y rotas: parecen pequeñas acículas de pinos, o minúsculos pinchos de cactus.

Asbesto, bajos aumentos
Subiendo aumentos, la fibra presenta una superficie estriada, con algunos puntos que sobresalen de la superficie.
Asbesto, altos aumentos

Continuamos con un ejemplar de yeso laminar recogido en Villalbilla (Madrid). A simple vista se aprecian las láminas, más gruesas que las de la mica.

Yeso de Villalbilla
Al microscopio, las láminas poseen un bonito color miel; los estratos se agolpan dejando ver sus bordes, algunos rectos y otros quebrados. Es una vista muy pintoresca, con sus claroscuros que parecen los barrancos y páramos de una tierra lejana.

Yeso, aumentos bajos
Al subir aumentos se aprecian mejor los bordes de las láminas, que no son completamente planas. Seguramente este hecho permita que las moléculas de agua queden atrapadas entre ellas, junto con las sustancias que estuvieran disueltas en el agua.
Yeso, aumentos medios

Habrá que salir de dudas, por lo que procedo a sumergir la pieza de yeso en agua. Efectivamente, al microscopio se aprecian burbujas de aire que han quedado atrapadas entre el agua y las láminas del yeso. Incluso se observan pequeñas motas de polvo moverse entre las láminas, como nadando en el agua.

Yeso mojado con burbujas de aire, aumentos bajos

En la superficie también aparecen unos reflejos que parecen muescas de escritura cuneiforme sobre el cristal. Posiblemente sean poco interesantes a nivel científico, pero son muy plásticos y lo artístico siempre cuenta.

Yeso mojado con escritura cuneiforme, bajos aumentos
Seguimos con una pieza de espato de Islandia, una variedad de caliza transparente que cristaliza en la forma romboédrica. Sin embargo, es más famoso por poseer la propiedad de la birrefringencia, el desdoblamiento de los haces de luz que provoca la visión doble de lo que se ponga detrás del cristal.

Espato de Islandia

Aunque es un mineral que puede ser fácilmente exfoliado, al microscopio presenta una consistencia vítrea, masiva, de foliación mucho más sutil. Los bordes de las láminas, más suaves y casi parelelos, se encuentran tan cercanos que casi se confunden; parecen las rizaduras o ripples de los entornos desérticos o dunares.

Ripples de espato de Islandia, bajos aumentos

Elevando aumentos se aprecian mejor los bordes, con unas microrroturas que dejan sus pequeños restos salpicados entre los diferentes estratos.

Espato de Islandia, altos aumentos
Pasamos a las arenas, material muy cómodo e interesante cuando éstas son de grano suficientemente fino, traslúcido. Aunque pueda parecer inverosímil y sumamente friki, hay asociaciones de coleccionistas de arenas del mundo. Es en detalles como este donde se aprecia el contenido social del presente blog: proveer de posibles diversiones de baja intensidad para los que ya lo han probado todo.

Sin ir más lejos pongo un poco de arena proveniente de una playa de Almería, sobre el portaobjetos, en seco. Al microscopio se aprecian los granos, bastante gruesos e irregulares, algunos levemente traslúcidos.

Arena de playa, bajos aumentos
Al subir los aumentos se advierten las superficies rugosas de estos granos, provenientes del desmenuzamiento de otras piedras más grandes. Este trituramiento está causado por la erosión eólica y por el movimiento de choque de los granos en aguas dulces o saladas.
Arena de playa, altos aumentos

La siguiente es una muestra de arena procedente de las dunas de Cabopino (Marbella), un cordón dunar muy azotado por el viento. Al tacto, parece más un polvillo muy fino que arena; se nota la intensa meteorización en esta zona.

Al microscopio se observa que el tamaño de los granos es considerablemente inferior al de la anterior muestra de arena y, por tanto, los granos dejan pasar más la luz transmitida: parecen pequeñas piedras preciosas a la luz polarizada.

Arena de duna como piedras preciosas, bajos aumentos
Al subir los aumentos las muescas, heridas e imperfecciones de las piedrecillas salen a la luz, nunca mejor dicho.
Arena de duna, altos aumentos

No me quedan muchas más opciones de piedras lo suficientemente finas como para no necesitar un microscopio con más recorrido de foco. Para ello utilizo un viejo -años 40 del pasado siglo- microscopio Zeiss Jena, que tiene la peculiaridad de que permite tanto subir los oculares como bajar la platina, aumentando el recorrido de los objetivos.

Sobre la platina dispongo un ejemplar de cuarzo ahumado, comprado en una tienda new age por eso de equilibrar las energías, los chakras y todo lo demás que la ciencia no pueda demostrar.

Cuarzo ahumado en el Zeiss Jena
Recorriendo la superficie del cristal, de sección octogonal, se observan las diferentes inclusiones de impurezas, que le otorgan su característico color grisáceo. Sin embargo encuentro algo inesperado: unas pirámides escalonadas -que recuerdan a la pirámide del faraón Zoser en Saqqara- crecen sobre la superficie del cuarzo.
Pirámide en cuarzo ahumado, bajos aumentos

Al subir los aumentos se atisban, junto a la pirámide grande, unos minúsculos bultos que no son más que alevines de pirámide; algún día se harán mayores.

Minipirámides en cuarzo ahumado, altos aumentos

Pasamos al siguiente apartado del libro: la microscopía de tejidos, ya sean naturales o sintéticos. Para ello echo mano de una serie de preparaciones antiguas de textiles, algo deterioradas por el tiempo pero aún utilizables.

Preparaciones de textiles

La primera de ellas corresponde a un tejido natural: la lana de oveja. Al microscopio se estiman que no son más que pelos, con su configuración característica: de sección circular y superficie algo rugosa. En este enlace se distinguen diferentes tipos de fibras de lana al microscopio.

Pura lana virgen



La siguiente microfotografía presenta un tejido sintético, plástico; fibras de nailon, una poliamida muy resistente que sirve para casi todo, especialmente para confeccionar tejidos cómodos y elásticos. Al microscopio se observan las fibras plásticas, entretejidas entre sí formando una densa maraña, uniformes y traslúcidas, carentes de las imperfecciones y detalles de las fibras naturales.
Nailon

Continuamos con una fibra de origen mineral: la lana de vidrio. Se compone de pequeños filamentos de sílice y otros químicos, unidos mediante un aglomerante, y es empleada principalmente como aislante térmico.

Al microscopio se diferencian las finísimas fibras, mucho más esbeltas que las fibras naturales o el nailon.

Lana de vidrio
El ubicuo algodón, quizás la fibra natural por excelencia, es nuestro siguiente textil. Sus hatillos fibrosos, aquí entrelazados formando pequeños rectángulos vacíos, forman un tejido denso, cálido, pero a su vez transpirable.
Algodón

Finalizamos esta entrada con otra fibra vegetal, cuyo nombre en inglés es Manila hemp, en español fibra de abacá o cáñamo de Manila. Se extrae de un árbol parecido a una palmera platanera pequeña, y es muy apreciada por su resistencia y durabilidad.

Al microscopio, estas fibras son muy parecidas a las cañas de bambú, con sus estrías longitudinales y sus engrosamientos transversales.

Cáñamo de Manila

Aquí finalizamos esta entrada dedicada a la microscopía de rocas y minerales traslúcidos y de tejidos y textiles. En las siguientes entradas nos adentraremos en el proceloso mundo de las células, de lo animado, de la vida, siguiendo el maravilloso libro de Bruno Kremer.

CONTINUARÁ

lunes, 25 de noviembre de 2024

Rutas anárquicas: el Tajo, por Entrepeñas y los balcones de Sacedón

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior, en el pueblo de Sayatón, junto al evocador Salto de Bolarque. También es de reseñar que este recorrido coincide parcialmente con el de la entrada "Circunvalando Entrepeñas", que hará las delicias de niños y mayores, que al fin y al cabo son los mismos. Como de costumbre, las fotos son del que escribe a menos que se diga lo contrario.

Desde Sayatón, tiramos por la CM-2009 en dirección N. A la derecha, hacia el Tajo, aparecen una sucesión de vallados que indican fincas privadas por doquier. Paso junto al caserío de Anguix, una finca particular presuntamente destinada al aprovechamiento cinegético. En su interior, en un cerro elevado con vistas al Tajo, se localiza el castillo de Anguix, sólo accesible para los dueños y trabajadores de la finca: o cuidan el Bien de Interés Cultural -que además está en la Lista Roja de patrimonio en peligro- o lo dejan caer, hagan sus apuestas.

Un poco más adelante, a la altura del cruce con la CM-9222, encuentro, a la izquierda, una serie de edificaciones dispersas en un entorno muy verde, muy agradable. Aparco entre grandes árboles: "Peña de Horeb", reza un cartel cuya iconografía recuerda a un albergue de montaña aunque se trata de un campamento de orientación religiosa. Me acerco al acceso del complejo, compuesto de varias edificaciones; tras un camino recortado en la hierba, la terraza de lo que parece un pequeño bar sugiere lo agradable que debe ser en las noches de verano.

Entrada del campamento "Peña de Horeb"
Sin más dilación me introduzco en la CM-9222, antes denominada carretera de la "ceja de Entrepeñas". El inicio se señaliza por una cuantas señales añejas, de anaranjada pátina, modelos de la instrucción de carreteras de 1961. Poseen un copete verde encima de la indicación: C-204, la antigua carretera comarcal de Pastrana a Sigüenza por Cifuentes.
Señal con gorrito
Avanzo por la estrecha vía, con baches remozados, sin arcén y de contorno irregular, como sacada de tiempos pretéritos. A la derecha emerge un edificio ruinoso, de sólida mampostería y puertas y ventanas decoradas con arcos escarzanos: la antigua estación de Auñón

Edificio de viajeros de la estación de Auñón

Un marchito cartel de interpretación, junto a la carretera, me saca de dudas: la estación formó parte de la línea de Madrid a Teruel pasando por Guadalajara y Cuenca: el denominado "tren de Arganda, que pita más que anda". Fue construida por la Compañía General del Ferrocarril de Madrid a Aragón, e inaugurada en 1919.

Rodeo los dos edificios de la estación, bien rellenos de basura, arbustos y maleza: el edificio de viajeros, al frente, y el almacén, en la trasera. Hacia el río se adivina el arcén y la posición de las vías; más allá, un antiguo transformador que quizás proveería de luz eléctrica la propia estación.

Impresionante cortado

Alcanzo una bifurcación en ángulo recto: a la izquierda, un puente de aspecto vetusto salva el Tajo; de frente, la estrecha carretera prosigue en la margen derecha del río. Tiro por ahí, entre el río y un cortado calizo vertical, hasta llegar a un pequeño aparcamiento que me lleva al pie de la presa de Entrepeñas (1958), donde se ubica la pequeña central hidroeléctrica.

Presa y central

Observo el potente talud de hormigón: se trata de una presa de gravedad de planta recta con cinco aliviaderos de compuertas, en este momento cerradas. Al otro lado del río, sobre una cornisa del cortado, una pequeña construcción con almenas y ventanas con arcos de medio punto parece a punto de tirarse al vacío, entre las altas copas de los pinos piñoneros. 

¿Un castillo fake?

Regreso por la carreterilla hasta encontrar un camino ancho que baja abruptamente al río. Encuentro la salida de agua de la turbina de la central, cuyos dos tajamares intermedios cortan el flujo del agua para aminorar su velocidad de entrada al río.

Salida de aguas de turbina
El paisaje es fresco y frondoso; un bosque de galería, de hermosos chopos de hoja caída, contrasta con la verticalidad del acantilado calizo, naturalmente ensuciado con los conocidos "trazos de tinta", esa negrura producida por biofilms de cianobacterias hidrófilas que parece un dibujo al carboncillo.

Tajo encajonado
Un poco más hacia el puente, encuentro a la izquierda un camino paralelo a la carretera que lleva a un entorno maravilloso: tras un enorme y viejo plátano que parece una mano abierta hacia el cielo, una antigua nave de grandes ventanales.

El plátano de la Mano Abierta y la antigua central eléctrica

Camino sobre las crujientes hojas secas del plátano hasta alcanzar la nave, actualmente escuela de piragüismo. En su frontón escalonado, una fecha: 1908.

Rodeo el edificio por la derecha: la escuela de piragüismo era parte de la antigua central eléctrica de Guadalajara. 

Actual escuela de piragüismo
Me acerco a la orilla del Tajo, salpicada de pequeños cantos rodados que atrapan la espuma del agua. Al fondo, tras los reflejos de la vegetación circundante, emerge el puente medieval (siglo XIV), con sus tres ojos de medio punto y sus dos pilas y tajamares
El puente medieval

Cruzo el puente; a la derecha, sobre el pretil, emerge un hito miriamétrico del Plan Peña: C-204, punto kilométrico 32.

Puente medieval con hito del Plan Peña
Al otro lado surgen varios caminos: a la derecha la pista que lleva a la urbanización La Carrascosilla; a la izquierda la continuación de la antigua C-204, en dirección a la presa de Entrepeñas. De frente, una entibación de travesaños de madera llama mi atención; la exploración se impone.
Entibación sospechosa
Intento subir por las bravas, no hay manera, demasiada pendiente pedregosa. Tiro de oficio: consulto la foto aérea: hay un camino a la derecha que rodea lo que parece un desmonte o cantera. Lo tomo; tras un rato de ascenso alcanzo la gran explanada de la cantera Blanquita, recortada entre afilados taludes dolomíticos a varias alturas.
Cantera Blanquita
Se trata de una de las dos canteras que proveían de áridos y material pétreo para la construcción de la presa. Me acerco al límite de la corta que hace de improvisado mirador sobre el Tajo: el paisaje es maravilloso a la luz de la mañana otoñal.
El Tajo aguas abajo, desde la cantera Blanquita
Aguas abajo por donde hemos venido, la estación de Auñón y el campamento "Peña de Horeb". Aguas arriba el puente medieval, la presa y la angostura de los cortados de Entrepeñas.
El Tajo, puente medieval y presa, desde la cantera Blanquita

Vuelvo a la carretera. A la derecha encuentro una verdadera reliquia que espero se proteja: una señal informativa del Plan Peña (1939), con su característica tipografía sobre fondo azul. Un viaje en el tiempo en toda regla.

Señal informativa del Plan Peña con cantera al fondo
Sigo por la antigua C-204 en dirección a la presa, colgando a media altura entre un potente barranco y un acantilado vertical, al que se ha recortado un trozo para acomodar la vía. Estrecha, firme precario, rocas desprendidas: aquí hay que tener cuidado. Afortunadamente, su lado izquierdo está protegido contra las caídas por sólidos malecones de piedra.
Carretera provisional de acceso a la presa
Un poco más adelante la cornisa se cierra sobre la carretera: llegamos a la famosa e imponente "visera" de Entrepeñas, una suerte de túnel semiabierto que causa una cierta impresión telúrica.
La "visera", una pasada

Ya llegando al estribo izquierdo de la presa, para mi solaz y relax encuentro un ensanchamiento que precede a la unión de esta carretera con la importante N-320.

En el centro, rodeada por los carriles, una pérgola de piedra, que podría estar en cualquier parque urbano de cierta entidad pero está aquí, pareciendo esperar una animación que no llegará jamás, o sí.

La pérgola, más sola que la una

Hacia el acantilado asoma la torre del homenaje del Castillejo, un antiguo bar con mirador que ya observamos desde la central eléctrica. Muy chulo, con sus almenas y torreón, como de cuento. Está cerrado con verjas, menos mal porque habría fiambres a cascoporro.

El Castillejo
A la derecha del Castillejo, bajando una curvada escalinata con un chozo cerrado, me asomo al abismo para admirar la central eléctrica desde arriba.
La central eléctrica de Entrepeñas
Prosigo por debajo de la N-320, encontrando, a unos doscientos metros, un mirador semicircular con kiosko y terraza, vandalizado como casi todos los lugares abandonados del mundo mundial.
Mirador
A los lados bajan sendas escaleras a una plataforma inferior, donde una estrecha rampa desciende hasta sumergirse en las azulísimas aguas del embalse, que se rizan al constante y fresco viento del noreste. Una vista de 180º magnífica, sin duda.
Rampa al agua
Regreso a la pérgola, observando el murallón de la presa así como una serie de construcciones ruinosas, con unas rampas extrañas que se despeñan en el montículo al otro lado de la presa.
Presa desde mirador

El próximo objetivo es seguir el Camino Natural del Tajo (sendero GR-113) hasta el mirador del Alto de San Julián, para lo cual no hay más remedio que dirigirnos al pueblo de Sacedón y retroceder. Para ello cojo la N-320, paso por un túnel y tomo la salida 222. Sigo por la avenida de Florentino Fernández, un conocido humorista sacedonero que participó en el irrepetible El Informal, un programa de televisión con unos doblajes que quizás no pasarían el filtro de la corrección social actual.

En la rotonda, tomo la variante N-320A hasta llegar a un hito del Plan Peña (N-320) y un cartel de interpretación.

Mirador del Alto de San Julián, con un hito miriamétrico de la Instrucción de 1939

Subo por un lateral de la peña, por eso de ver si hay un camino que me lleve a la Boca del Infierno, un estrechamiento entre este promontorio y un islote del embalse, también llamado el Castillejo. Nada que rascar, a excepción de dos depósitos de agua que ocultan parcialmente la vista de la orilla E del embalse.

Depósitos y embalse

Regreso por la N-320A hasta encontrar, a la derecha, un cartel de madera que indica la posición del Sagrado Corazón de Sacedón. Cojo una pista asfaltada en pendiente, en regular estado de conservación que evidencia el escaso tráfico. La pista, estrecha y sin quitamiedos, asciende en un agradable paisaje de garriga con manchas de olivar, típico de la Alcarria.

Llego a la explanada que acoge el monumento al Sagrado Corazón de Jesús (1956), flanqueado por un par de casetas con antenas y cables que recuerdan a los dos ladrones de la crucifixión. El monumento se levanta sobre un plinto abovedado que soporta una pirámide truncada, y ésta un Cristo con los brazos abiertos, signo de protección para el pueblo. Desde aquí todo bien, pero hay algo raro en la cara del Cristo.

El "Sagrado" Corazón de Sacedón
Me acerco: el Cristo hace gala de una boca desencajada, carcomida; su carne pétrea ennegrecida y desfigurada recuerda los momentos más creepy de las novelas de Edgar Allan Poe. Aunque, mirándolo de forma pragmática, podría servir como localización para series y pelis de terror, lo que contribuiría a mejorar las arcas del pueblo. Ni tan mal, oiga, café para todos.
Joder qué miedo
Aterido por el mal rollo que causa esta imagen de pesadilla, me coloco bajo el espacio abovedado para sacar una toma enmarcada del embalse, por eso de subir el ánimo.
Menuda vista

Desde la caseta eléctrica, junto al camino de acceso, se otea el pueblo de Sacedón y el margen oeste del embalse de Entrepeñas. A a izquierda, una playa con unos espigones emerge de los pinos.

Vista de Sacedón

Desciendo -con cuidado de no irme por el barranco- hasta la rotonda de acceso al pueblo, y desde allí a la avenida del Lago Azul, que discurre bajo la N-320 hasta acercarse al embalse, en la calle de la Ribera de Entrepeñas.

A la orilla del lago

Desciendo por el pinar hasta la playa, dotada de un embarcadero. Los mástiles de los veleros oscilan movidos por las olas del mar de Castilla, como llaman algunos -de forma algo rimbombante- el sistema de embalses del Tajo. A la izquierda aparece el gran cortado de la Boca del Infierno, donde se ubica una interesante vía ferrata.

Cojo la N-320 para volver a la presa de Entrepeñas. Tras pasar la coronación y un túnel en curva cojo el desvío a la izquierda, alcanzando los jardines del poblado de Entrepeñas. Se trata de un espacio ajardinado con unos miradores ruinosos, que se despeñan sobre la central eléctrica en una imponente postal.

Mirador chungo y presa
Junto a la entrada del túnel, a su izquierda, encuentro la caseta del compuertero, de estilo racionalista.

Casa del compuertero y túnel

Frente al jardín, al otro lado de la N-320, tras una escalinata surgen los tres arcos blancos del Albergue de Entrepeñas (1960), cerrado a cal y canto. De todas formas, su salida directa a la nacional probablemente no sea lo más adecuado a día de hoy.

Tomo una calle que sale, en fuerte ángulo, a la derecha, internándome en el poblado de Entrepeñas (1960). La primera calleja a la derecha me deja frente a la ermita del poblado.

Ermita del poblado

Blanca, rodeada de arcos, me recuerda a las iglesias de los poblados de Regiones Devastadas. Al oeste y bordeando la ermita, unas viviendas blancas con balcones en rejilla se elevan sobre un zócalo, adaptándose a la pendiente.

Viviendas del poblado
Tomo la calle principal del poblado hasta alcanzar, a la izquierda, el transformador de la Confederación Hidroeléctrica del Tajo. Exhibe un buen diseño racionalista con sus paños en piedra y su cubierta partida, propio de los mejores arquitectos de la época.
Chula caseta de la Confederación Hidroeléctrica del Tajo

Algo más arriba lo inesperado: un amplio lavadero con una cubierta sostenida por cerchas españolas de pendolón y tornapuntas.

Lavadero

Un par de monolitos de piedra, con aspecto de entrada, preceden a una fuerte curva a la izquierda, que asciende a la parte alta del poblado. Un camino a la derecha llama mi atención, ya que lleva a una especie de pared curva que parece un azud o presilla. A partir de aquí, a la derecha y siguiendo la curva de nivel, sale un camino bordeado por un murete de piedra.

Camino a la cantera

El sendero es muy aéreo, y las vistas son espectaculares entre los verdes pinos de amplias copas. Al rato alcanzo una serie de edificaciones ruinosas que se precipitan ladera abajo: la cantera de Entrepeñas, donde se extrajo la piedra para acometer la gran infraestructura hidráulica.

Impresionante
Accedo, con sumo cuidado, a la construcción principal. Consta de tres salas separadas por arcos de medio punto. Echo un vistazo hacia arriba por si hay algo que se pueda desprender: en estos ámbitos hay que extremar las precauciones y no ir a lo loco.

Esto sí que es un mirador
Me acerco a medio metro del borde: se aprecian unas marquesinas metálicas por las que se bajaría la piedra hasta las rampas que aparecen más abajo.
Estructuras con forma de marquesina

A la izquierda se presenta el embalse y sus miradores, tras otros edificios ruinosos de la cantera.
Cantera y embalse

Asciendo a la parte superior, donde se vislumbra el desmonte de la brecha dolomítica, una especie de piedra caliza pero con más magnesio.

Desmonte

Regreso por el camino; a la izquierda una gran panorámica con los elementos más llamativos de la esta ruta anárquica y exploradora: la presa, los miradores, el castillete, la acojonante "visera" y mucho más.

El cañón de Entrepeñas, con la presa y la "visera" 


En sucesivas entregas seguiremos el Tajo aguas arriba, internándonos en la Alcarria profunda y mágica.

CONTINUARÁ


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