lunes, 25 de noviembre de 2024

Rutas anárquicas: el Tajo, por Entrepeñas y los balcones de Sacedón

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior, en el pueblo de Sayatón, junto al evocador Salto de Bolarque. También es de reseñar que este recorrido coincide parcialmente con el de la entrada "Circunvalando Entrepeñas", que hará las delicias de niños y mayores, que al fin y al cabo son los mismos. Como de costumbre, las fotos son del que escribe a menos que se diga lo contrario.

Desde Sayatón, tiramos por la CM-2009 en dirección N. A la derecha, hacia el Tajo, aparecen una sucesión de vallados que indican fincas privadas por doquier. Paso junto al caserío de Anguix, una finca particular presuntamente destinada al aprovechamiento cinegético. En su interior, en un cerro elevado con vistas al Tajo, se localiza el castillo de Anguix, sólo accesible para los dueños y trabajadores de la finca: o cuidan el Bien de Interés Cultural -que además está en la Lista Roja de patrimonio en peligro- o lo dejan caer, hagan sus apuestas.

Un poco más adelante, a la altura del cruce con la CM-9222, encuentro, a la izquierda, una serie de edificaciones dispersas en un entorno muy verde, muy agradable. Aparco entre grandes árboles: "Peña de Horeb", reza un cartel cuya iconografía recuerda a un albergue de montaña aunque se trata de un campamento de orientación religiosa. Me acerco al acceso del complejo, compuesto de varias edificaciones; tras un camino recortado en la hierba, la terraza de lo que parece un pequeño bar sugiere lo agradable que debe ser en las noches de verano.

Entrada del campamento "Peña de Horeb"
Sin más dilación me introduzco en la CM-9222, antes denominada carretera de la "ceja de Entrepeñas". El inicio se señaliza por una cuantas señales añejas, de anaranjada pátina, modelos de la instrucción de carreteras de 1961. Poseen un copete verde encima de la indicación: C-204, la antigua carretera comarcal de Pastrana a Sigüenza por Cifuentes.
Señal con gorrito
Avanzo por la estrecha vía, con baches remozados, sin arcén y de contorno irregular, como sacada de tiempos pretéritos. A la derecha emerge un edificio ruinoso, de sólida mampostería y puertas y ventanas decoradas con arcos escarzanos: la antigua estación de Auñón

Edificio de viajeros de la estación de Auñón

Un marchito cartel de interpretación, junto a la carretera, me saca de dudas: la estación formó parte de la línea de Madrid a Teruel pasando por Guadalajara y Cuenca: el denominado "tren de Arganda, que pita más que anda". Fue construida por la Compañía General del Ferrocarril de Madrid a Aragón, e inaugurada en 1919.

Rodeo los dos edificios de la estación, bien rellenos de basura, arbustos y maleza: el edificio de viajeros, al frente, y el almacén, en la trasera. Hacia el río se adivina el arcén y la posición de las vías; más allá, un antiguo transformador que quizás proveería de luz eléctrica la propia estación.

Impresionante cortado

Alcanzo una bifurcación en ángulo recto: a la izquierda, un puente de aspecto vetusto salva el Tajo; de frente, la estrecha carretera prosigue en la margen derecha del río. Tiro por ahí, entre el río y un cortado calizo vertical, hasta llegar a un pequeño aparcamiento que me lleva al pie de la presa de Entrepeñas (1958), donde se ubica la pequeña central hidroeléctrica.

Presa y central

Observo el potente talud de hormigón: se trata de una presa de gravedad de planta recta con cinco aliviaderos de compuertas, en este momento cerradas. Al otro lado del río, sobre una cornisa del cortado, una pequeña construcción con almenas y ventanas con arcos de medio punto parece a punto de tirarse al vacío, entre las altas copas de los pinos piñoneros. 

¿Un castillo fake?

Regreso por la carreterilla hasta encontrar un camino ancho que baja abruptamente al río. Encuentro la salida de agua de la turbina de la central, cuyos dos tajamares intermedios cortan el flujo del agua para aminorar su velocidad de entrada al río.

Salida de aguas de turbina
El paisaje es fresco y frondoso; un bosque de galería, de hermosos chopos de hoja caída, contrasta con la verticalidad del acantilado calizo, naturalmente ensuciado con los conocidos "trazos de tinta", esa negrura producida por biofilms de cianobacterias hidrófilas que parece un dibujo al carboncillo.

Tajo encajonado
Un poco más hacia el puente, encuentro a la izquierda un camino paralelo a la carretera que lleva a un entorno maravilloso: tras un enorme y viejo plátano que parece una mano abierta hacia el cielo, una antigua nave de grandes ventanales.

El plátano de la Mano Abierta y la antigua central eléctrica

Camino sobre las crujientes hojas secas del plátano hasta alcanzar la nave, actualmente escuela de piragüismo. En su frontón escalonado, una fecha: 1908.

Rodeo el edificio por la derecha: la escuela de piragüismo era parte de la antigua central eléctrica de Guadalajara. 

Actual escuela de piragüismo
Me acerco a la orilla del Tajo, salpicada de pequeños cantos rodados que atrapan la espuma del agua. Al fondo, tras los reflejos de la vegetación circundante, emerge el puente medieval (siglo XIV), con sus tres ojos de medio punto y sus dos pilas y tajamares
El puente medieval

Cruzo el puente; a la derecha, sobre el pretil, emerge un hito miriamétrico del Plan Peña: C-204, punto kilométrico 32.

Puente medieval con hito del Plan Peña
Al otro lado surgen varios caminos: a la derecha la pista que lleva a la urbanización La Carrascosilla; a la izquierda la continuación de la antigua C-204, en dirección a la presa de Entrepeñas. De frente, una entibación de travesaños de madera llama mi atención; la exploración se impone.
Entibación sospechosa
Intento subir por las bravas, no hay manera, demasiada pendiente pedregosa. Tiro de oficio: consulto la foto aérea: hay un camino a la derecha que rodea lo que parece un desmonte o cantera. Lo tomo; tras un rato de ascenso alcanzo la gran explanada de la cantera Blanquita, recortada entre afilados taludes dolomíticos a varias alturas.
Cantera Blanquita
Se trata de una de las dos canteras que proveían de áridos y material pétreo para la construcción de la presa. Me acerco al límite de la corta que hace de improvisado mirador sobre el Tajo: el paisaje es maravilloso a la luz de la mañana otoñal.
El Tajo aguas abajo, desde la cantera Blanquita
Aguas abajo por donde hemos venido, la estación de Auñón y el campamento "Peña de Horeb". Aguas arriba el puente medieval, la presa y la angostura de los cortados de Entrepeñas.
El Tajo, puente medieval y presa, desde la cantera Blanquita

Vuelvo a la carretera. A la derecha encuentro una verdadera reliquia que espero se proteja: una señal informativa del Plan Peña (1939), con su característica tipografía sobre fondo azul. Un viaje en el tiempo en toda regla.

Señal informativa del Plan Peña con cantera al fondo
Sigo por la antigua C-204 en dirección a la presa, colgando a media altura entre un potente barranco y un acantilado vertical, al que se ha recortado un trozo para acomodar la vía. Estrecha, firme precario, rocas desprendidas: aquí hay que tener cuidado. Afortunadamente, su lado izquierdo está protegido contra las caídas por sólidos malecones de piedra.
Carretera provisional de acceso a la presa
Un poco más adelante la cornisa se cierra sobre la carretera: llegamos a la famosa e imponente "visera" de Entrepeñas, una suerte de túnel semiabierto que causa una cierta impresión telúrica.
La "visera", una pasada

Ya llegando al estribo izquierdo de la presa, para mi solaz y relax encuentro un ensanchamiento que precede a la unión de esta carretera con la importante N-320.

En el centro, rodeada por los carriles, una pérgola de piedra, que podría estar en cualquier parque urbano de cierta entidad pero está aquí, pareciendo esperar una animación que no llegará jamás, o sí.

La pérgola, más sola que la una

Hacia el acantilado asoma la torre del homenaje del Castillejo, un antiguo bar con mirador que ya observamos desde la central eléctrica. Muy chulo, con sus almenas y torreón, como de cuento. Está cerrado con verjas, menos mal porque habría fiambres a cascoporro.

El Castillejo
A la derecha del Castillejo, bajando una curvada escalinata con un chozo cerrado, me asomo al abismo para admirar la central eléctrica desde arriba.
La central eléctrica de Entrepeñas
Prosigo por debajo de la N-320, encontrando, a unos doscientos metros, un mirador semicircular con kiosko y terraza, vandalizado como casi todos los lugares abandonados del mundo mundial.
Mirador
A los lados bajan sendas escaleras a una plataforma inferior, donde una estrecha rampa desciende hasta sumergirse en las azulísimas aguas del embalse, que se rizan al constante y fresco viento del noreste. Una vista de 180º magnífica, sin duda.
Rampa al agua
Regreso a la pérgola, observando el murallón de la presa así como una serie de construcciones ruinosas, con unas rampas extrañas que se despeñan en el montículo al otro lado de la presa.
Presa desde mirador

El próximo objetivo es seguir el Camino Natural del Tajo (sendero GR-113) hasta el mirador del Alto de San Julián, para lo cual no hay más remedio que dirigirnos al pueblo de Sacedón y retroceder. Para ello cojo la N-320, paso por un túnel y tomo la salida 222. Sigo por la avenida de Florentino Fernández, un conocido humorista sacedonero que participó en el irrepetible El Informal, un programa de televisión con unos doblajes que quizás no pasarían el filtro de la corrección social actual.

En la rotonda, tomo la variante N-320A hasta llegar a un hito del Plan Peña (N-320) y un cartel de interpretación.

Mirador del Alto de San Julián, con un hito miriamétrico de la Instrucción de 1939

Subo por un lateral de la peña, por eso de ver si hay un camino que me lleve a la Boca del Infierno, un estrechamiento entre este promontorio y un islote del embalse, también llamado el Castillejo. Nada que rascar, a excepción de dos depósitos de agua que ocultan parcialmente la vista de la orilla E del embalse.

Depósitos y embalse

Regreso por la N-320A hasta encontrar, a la derecha, un cartel de madera que indica la posición del Sagrado Corazón de Sacedón. Cojo una pista asfaltada en pendiente, en regular estado de conservación que evidencia el escaso tráfico. La pista, estrecha y sin quitamiedos, asciende en un agradable paisaje de garriga con manchas de olivar, típico de la Alcarria.

Llego a la explanada que acoge el monumento al Sagrado Corazón de Jesús (1956), flanqueado por un par de casetas con antenas y cables que recuerdan a los dos ladrones de la crucifixión. El monumento se levanta sobre un plinto abovedado que soporta una pirámide truncada, y ésta un Cristo con los brazos abiertos, signo de protección para el pueblo. Desde aquí todo bien, pero hay algo raro en la cara del Cristo.

El "Sagrado" Corazón de Sacedón
Me acerco: el Cristo hace gala de una boca desencajada, carcomida; su carne pétrea ennegrecida y desfigurada recuerda los momentos más creepy de las novelas de Edgar Allan Poe. Aunque, mirándolo de forma pragmática, podría servir como localización para series y pelis de terror, lo que contribuiría a mejorar las arcas del pueblo. Ni tan mal, oiga, café para todos.
Joder qué miedo
Aterido por el mal rollo que causa esta imagen de pesadilla, me coloco bajo el espacio abovedado para sacar una toma enmarcada del embalse, por eso de subir el ánimo.
Menuda vista

Desde la caseta eléctrica, junto al camino de acceso, se otea el pueblo de Sacedón y el margen oeste del embalse de Entrepeñas. A a izquierda, una playa con unos espigones emerge de los pinos.

Vista de Sacedón

Desciendo -con cuidado de no irme por el barranco- hasta la rotonda de acceso al pueblo, y desde allí a la avenida del Lago Azul, que discurre bajo la N-320 hasta acercarse al embalse, en la calle de la Ribera de Entrepeñas.

A la orilla del lago

Desciendo por el pinar hasta la playa, dotada de un embarcadero. Los mástiles de los veleros oscilan movidos por las olas del mar de Castilla, como llaman algunos -de forma algo rimbombante- el sistema de embalses del Tajo. A la izquierda aparece el gran cortado de la Boca del Infierno, donde se ubica una interesante vía ferrata.

Cojo la N-320 para volver a la presa de Entrepeñas. Tras pasar la coronación y un túnel en curva cojo el desvío a la izquierda, alcanzando los jardines del poblado de Entrepeñas. Se trata de un espacio ajardinado con unos miradores ruinosos, que se despeñan sobre la central eléctrica en una imponente postal.

Mirador chungo y presa
Junto a la entrada del túnel, a su izquierda, encuentro la caseta del compuertero, de estilo racionalista.

Casa del compuertero y túnel

Frente al jardín, al otro lado de la N-320, tras una escalinata surgen los tres arcos blancos del Albergue de Entrepeñas (1960), cerrado a cal y canto. De todas formas, su salida directa a la nacional probablemente no sea lo más adecuado a día de hoy.

Tomo una calle que sale, en fuerte ángulo, a la derecha, internándome en el poblado de Entrepeñas (1960). La primera calleja a la derecha me deja frente a la ermita del poblado.

Ermita del poblado

Blanca, rodeada de arcos, me recuerda a las iglesias de los poblados de Regiones Devastadas. Al oeste y bordeando la ermita, unas viviendas blancas con balcones en rejilla se elevan sobre un zócalo, adaptándose a la pendiente.

Viviendas del poblado
Tomo la calle principal del poblado hasta alcanzar, a la izquierda, el transformador de la Confederación Hidroeléctrica del Tajo. Exhibe un buen diseño racionalista con sus paños en piedra y su cubierta partida, propio de los mejores arquitectos de la época.
Chula caseta de la Confederación Hidroeléctrica del Tajo

Algo más arriba lo inesperado: un amplio lavadero con una cubierta sostenida por cerchas españolas de pendolón y tornapuntas.

Lavadero

Un par de monolitos de piedra, con aspecto de entrada, preceden a una fuerte curva a la izquierda, que asciende a la parte alta del poblado. Un camino a la derecha llama mi atención, ya que lleva a una especie de pared curva que parece un azud o presilla. A partir de aquí, a la derecha y siguiendo la curva de nivel, sale un camino bordeado por un murete de piedra.

Camino a la cantera

El sendero es muy aéreo, y las vistas son espectaculares entre los verdes pinos de amplias copas. Al rato alcanzo una serie de edificaciones ruinosas que se precipitan ladera abajo: la cantera de Entrepeñas, donde se extrajo la piedra para acometer la gran infraestructura hidráulica.

Impresionante
Accedo, con sumo cuidado, a la construcción principal. Consta de tres salas separadas por arcos de medio punto. Echo un vistazo hacia arriba por si hay algo que se pueda desprender: en estos ámbitos hay que extremar las precauciones y no ir a lo loco.

Esto sí que es un mirador
Me acerco a medio metro del borde: se aprecian unas marquesinas metálicas por las que se bajaría la piedra hasta las rampas que aparecen más abajo.
Estructuras con forma de marquesina

A la izquierda se presenta el embalse y sus miradores, tras otros edificios ruinosos de la cantera.
Cantera y embalse

Asciendo a la parte superior, donde se vislumbra el desmonte de la brecha dolomítica, una especie de piedra caliza pero con más magnesio.

Desmonte

Regreso por el camino; a la izquierda una gran panorámica con los elementos más llamativos de la esta ruta anárquica y exploradora: la presa, los miradores, el castillete, la acojonante "visera" y mucho más.

El cañón de Entrepeñas, con la presa y la "visera" 


En sucesivas entregas seguiremos el Tajo aguas arriba, internándonos en la Alcarria profunda y mágica.

CONTINUARÁ


viernes, 1 de noviembre de 2024

Rutas vintage: 1926, Sierra de Guadarrama VII (Cotos, Peñalara y la Hoya de Pepe Hernando)

Continuamos la entrada anterior donde la dejamos, en el alucinógeno puerto de Navacerrada, donde naturaleza y caos se funden en un entorno lleno de personalidad -sin especificar si es positiva o no-, aspecto que el visitante debe discernir por su cuenta. Vamos a visitar el siguiente paso de montaña de esta parte de la sierra de Guadarrama, el puerto de los Cotos, casi tan famoso como el de Navacerrada pero sin urbanizar. Desde allí nos adentraremos en los misterios geológicos del entorno glaciar del pico Peñalara, guiados por nuestra guía geológica vintage.  Por supuesto, todas las fotos son del que escribe a menos que se indique lo contrario.

Para la redacción de este periplo serrano y, por eso de estar bien documentado como un Humboldt de barrio, voy a tirar de dos buenas guías: Por la sierra de Guadarrama, de Cayetano Enríquez de Salamanca, y la Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, del insigne gallego Casiano de Prado, uno de los impulsores del conocimiento científico de estas montañas.

Mis compañeros de expedición
Así pues partimos del puerto de Navacerrada en un día nuboso, frío y gris, tomando la SG-615 en dirección NE. Nuestra guía vintage nos informa de que la zona de granitos truécase por la de gneis glandular: efectivamente, el mapa del IGME indica que los leucogranitos del puerto de Navacerrada desaparecen para dejar hueco, a la altura del puerto de los Cotos, a los ortogneises glandulares.

Texto de la guía de 1926

Avanzo por la ladera septentrional -la de la segoviana cuenca del Duero- sin encontrar cortes en la carretera producidos por los aludes; los 98 años de diferencia con lo narrado en la guía se han de notar de alguna forma, menos mal. A ambos lados de la carretera aparecen espigados ejemplares de pino silvestre entre la neblina, aunque pocos de ellos de formas aberrantes, típicos de zonas con menos densidad arbórea y más barridas por el viento.

A medio camino, a la izquierda, encuentro varios apartaderos y, algo más adelante, las vistas a la vertiente segoviana se hacen más abiertas, recortándose el macizo de Peñalara de forma difusa, fantasmagórica.

Alcanzo el puerto de los Cotos o del Paular (1830 msnm) y la famosa Venta Marcelino (1924), un establecimiento mítico en la Sierra con permiso de su homólogo de Navacerrada, la Venta Arias. 

Venta Marcelino, cerrada

Dejo el coche en el enorme aparcamiento, prácticamente vacío; qué gozada aunque la temperatura es de 1ºC, hay viento y la humedad es del 90%. Me pertrecho y me dirijo al poste granítico ("coto") que delimitaba la vía rodada -allá por el siglo XIX- cuando el puerto estaba nevado. Al otro lado de la carretera hay otro poste, algo más alto: arqueología caminera pura. De ahí viene el nombre del puerto, de estos dos mojones, ahí es nada.

Coto señalizador
Asciendo por el camino pavimentdo, dejando a la izquierda la Venta Marcelino. Más arriba se encuentra el abandonado albergue "Coppel" del Club Alpino Español (1912), con sus ventanas entreabiertas y su frontón en listones de madera verticales que aloja el escudo del Club. La tipografía vintage, que sobresale del muro queriendo dar el necesario empaque al conjunto -era un albergue únicamente para socios- recuerda tiempos donde llegar al puerto era una aventura en sí misma, y había que aprovecharlo con pernoctación incluida. El nombre del albergue es un homenaje al relojero alemán Carlos Coppel, miembro destacado del Club y espía en sus ratos libres.

Refugio "Coppel" del Club Alpino Español

Rodeo el edificio, convenientemente vallado aunque, según se infiere por el tejado, amenazando ruina inminente. Dos telediarios, como se suele decir.

Detrás encuentro el mirador de Lucio, una caseta con paneles de interpretación, de esos que quedan guay pero no se lee ni Dios, con perdón. De frente encuentro la vereda que lleva a Peña Citores, donde hay un pequeño refugio. Estrecha, pedregosa, discurre entre masas bajas de enebros y altos pinos silvestres; dos de ellos parecen piernas que indican que hay que tirar p'arriba, entre la neblina.
 

Pinos silvestres que caminan
Entre los bloques pétreos disgregados encuentro un ejemplar de ortogneis globular, con sus nódulos de feldespato blanquecino que me recuerdan, por su forma, a la gran mancha de Júpiter.

Ortogneis glandular
En el mapa de minutas del IGN se representa, un poco más al este de mi posición y a una altitud de unos 1950 msnm, un refugio. Para comprobarlo dejo el sendero para coger una trocha, apenas marcada, que sigue la curva de nivel de 1950 msnm hacia el este. El bosque está oscuro, húmedo, frío y, bajo los pies, el terreno es blando y cubierto de acículas, bloques de piedra, masas de enebro rastrero y piorno. Los pinos, algunos de formas grotescas, torturadas, se cubren con la manta gris de los líquenes, colgando de sus ramas como barbas de chivo.
Pino de forma aberrante
Llego a una pequeña pradera encharcada, justo en la posición en la que el mapa marcaba el refugio, del que no he encontrado referencia alguna. Nada de nada, pero la planitud del lugar evidencia que aquí podía haber alguna construcción.

Pradera donde había un refugio
Asciendo por la ladera de Dos Hermanas en dirección NE, con la intención de coger el camino principal de ascenso al pico Hermana Menor (2271 msnm). Al poco tiempo de dejar la pradera, encuentro un dado de hormigón que parece una barbacoa. Tras la reja-parrilla, lo que parece una paellera, rebosante de agua de lluvia ¿qué es esto?

Misterio de la paellera encerrada

Más arriba, a unos 2000 m, aparece el camino que lleva al cordal de Peñalara, que cojo a la derecha. Por aquí pasaba uno de los remontes de la antigua estación de esquí de Valcotos, que fue modélicamente desmantelada en 1999 siendo un claro ejemplo de lo que habrá que hacer, más pronto que tarde, con Valdesquí y otras estaciones que seguramente quedarán obsoletas. Valga el ejemplo de la estación de Navacerrada: cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.

Confluencia de sendas, en zona de repoblación
Se nota que el bosque, en esta posición, es de repoblación reciente, ya que son ejemplares jóvenes, rectos, aún no vencidos por el viento. En algunos lugares aparecen praderas de piornal, donde quizás no pudieron plantar árboles debido a las acumulaciones de piedras que se ponían en las zonas bajo remontes. 

Sigo en dirección N por un sendero bien marcado que, a medida que gana altura, se va haciendo más abierto, con menos arbolado y más hierba y plantas rastreras, hasta alcanzar un collado junto a la peña Los Quesos (2032 msnm).

Collado de la peña Los Quesos
El suelo está salpicado de bloques, cantos y arena disgregada, propio del arco morrénico de un paisaje glaciar cuaternario, que se alterna con zonas donde los ortogneises glandulares le comen terreno, nunca mejor dicho. Estamos sobre el arco morrénico derecho del glaciar rocoso de Dos Hermanas.

Desciendo levemente hacia el cerro del Cuco (2004 msnm), que dejo a la derecha.

Hacia el cerro del Cuco
Hacia abajo, a la izquierda de la vereda y tras la espera niebla, diviso lo que parece un extraño crucifijo. Se trata de la estación meteorológica automática "Hoyas" (2019 msnm), perteneciente a la red GUNMET.
 
Crucifijo meteorológico

La niebla, repentinamente, se retira, dejándose apreciar la preciosa Hoya del Toril o de la Laguna Grande, todo un circo glaciar cubierto por el cervunal, un pastizal de alta montaña.

Esquema de la Hoya de la Laguna Grande, según la guía de 1926

Por ahí, a media altura, el pequeño búnker que es el refugio Zabala (1929), jugando al escondite. Detrás, aunque no se vea un pijo, deberían estar las cumbres de la Hermana Mayor (izquierda, 2284 msnm) y Peñalara (derecha, 2428 msnm), marcando los límites de la Hoya.

Tras la niebla, la hoya de la Laguna Grande
A la derecha del camino -y entre dos crestas de la morrena principal de la Hoya de la Laguna Grande- encuentro la Laguna Chica, o más bien lo que queda de ella: un charco delimitado por bloques y pedruscos disgregados de oscuro gneis. No hay que alertarse ya que se trata de una laguna estacional, a diferencia de la Laguna Grande.

Resto estacional de la Laguna Chica

A unos metros diviso el cauce del arroyo de la Laguna Grande, que desciende rompiendo el pastizal, entre curiosas masas circulares de cervuno y piorno serrano. A su vera un lujoso camino de madera, que uno no se espera en un rincón de la vereda: tanta belleza excita mi vocación de poeta de barrio.

Caminito fetén y manchas circulares de cervuno y piorno

Desciendo hasta el arroyo donde descansa, en un cruce de caminos, una monérrima caseta circular con banquito de troncos, la Choza del Guarda. Detrás, con fuerza, discurre el arroyo convenientemente canalizado. Aprovecho para hacerme una corta meditación escuchando el fluir del agua, por eso de ir con el puntito puesto. 

La guía de 1929 me dice lo siguiente:

Mientras los visitantes descansan en los alrededores de la laguna, los que deseen visitar la Hoya de Pepe Hernando invertirán tres cuartos de hora en descender a la conjunción de las dos morrenas laterales, subir por la morrena izquierda, recorrer la región de circo o nevé, salpicada de un sin fin de lagunillas y volver al circo de Peñalara. Es de advertir que este segundo conjunto glaciar es, no sólo más típico que el de la Hoya del Toril, sino de los más claros y característicos de toda la Península.

 

Choza del Guarda, con banquito y señales

Dicho y hecho; con el objetivo de llegar a la Hoya de Pepe Hernando cojo el sendero de bajada, en dirección E. Cruzo el arroyo de la Laguna Grande por agradable puentecillo y tiro por una senda, casi imperceptible, que desciende levemente dejando el arroyo a la derecha. Aprovecho para mirar atrás; parece un jardín zen, con los bloques pétreos emergiendo del mar vegetal.

Jardín alpino de la Hoya de la Laguna Grande

Un poco más adelante, al otro lado del arroyo, aparecen las praderas de Las Mesillas, los restos morrénicos más antiguos del glaciar de Peñalara. Ahora mismo camino sobre la morrena izquierda, como se puede apreciar en la lámina anterior de la guía vintage.

A la derecha, Las Mesillas

El descenso es sencillo, aunque las masas bajas de enebro rastrero y piorno pinchan y mojan las piernas ya que, a veces, la senda desaparece. El piso de los pinos silvestres, más abajo, empieza a aparecer de nuevo.
 

Bajando al límite de los pinos

El bosque se hace sombrío y todavía más húmedo, con masas de helecho que me acompañan en el descenso. Entro en una zona alomada donde los pinos desaparecen, siendo sustituidos por bloques de piedra aquí y allá que dificultan la progresión: me encuentro en la morrena derecha de la Hoya de Pepe Hernando (1972 msnm), la hoya glaciar más característica de todo el Parque Nacional del Guadarrama.

Por la morrena lateral derecha de la Hoya de Pepe Hernando

La vista es espectacular; el sol entra tímidamente, como a trompicones, entre la neblina, dejando ver un estrecho y hundido circo, bordeado, al frente, por un paredón pétreo y, a los lados, por las morrenas laterales.

Entre la niebla, arroyo, cervunal y piorno

El suelo es una pradera blanda, encharcada por pequeñas lagunillas y el cauce de dos arroyuelos: una turbera de acumulación de restos vegetales.

La Hoya, según la guía de 1929, bastante más pelada que ahora

Me dirijo al fondo de la Hoya siguiendo el arroyo de Peñalara, que toma sus aguas de las Cinco Lagunas y se despeña en pequeñas cascadas por la cabecera del glaciar. Aquí, mirando hacia el SE, se aprecia la morrena izquierda, con su canchal, y la morrena derecha, con sus bloques erráticos salpicando la ladera.

Vista de las morrenas laterales desde el fondo de la Hoya
En el fondo de la pradera también se aprecian restos del glaciar, en forma de cantos de gneis diseminados por el cervunal, propios del detritus causado por la morrena de ablación.

Cantos disgregados en la turbera
Arriba, hacia Peñalara, el arroyo de ídem se despeña en una estética cascada, que parece sacada de una pintura japonesa. Qué bonito, oiga.

El arroyo de Peñalara descendiendo a la Hoya de Pepe Hernando
Vuelvo junto a la morrena izquierda, observando el canchal o pedrera que se desliza por la ladera: todo un clásico del glaciarismo.
 

Canchal en la morrena izquierda
En el extremo de la derecha, donde comienzan a aparecer los pinos silvestres, se adivina una vereda poco marcada. Un poco más adelante encuentro, a la izquierda y algo elevado, un gran bloque errático que creo haber visto antes en la guía de 1929 ¿Será el mismo? Creo que sí.
Bloque errático que se parece al de la guía

¿Es el mismo bloque?

Sigo por el sendero, que vira hacia la izquierda. Al poco se bifurca, tomando el ramal de la derecha que desciende abruptamente entre el espeso pinar.

Descenso trialero

Al rato llego a una pequeña pradera (1815 msnm), muy tranquila y agradable. Un hito granítico -que simboliza algo que desconozco- preside la bucólica escena.

Hito en la pradera

Desde aquí bajo a saco por el pinar. Por todos lados hay setas grandes y pequeñas, que no cojo por dos razones de importancia: porque está prohibido y -algo mucho peor- me arriesgaría a un reventón hepático, dándome el Premio Darwin al gilipollas del año.

Llego a una enorme pradera soleada, la Sillada de Garcisancho (1680 msnm). Aprovecho para sentarme sobre unos grandes troncos cortados ad hoc.

La Sillada de Garcisancho

A partir de aquí me las tengo que apañar para llegar a la pradera de Cotos, pasando por la ubicación de una serie de construcciones que aparecen en el mapa de minutas del IGN. Para ello tomo el camino bien marcado que sale de la pradera en dirección O, hasta vadear el arroyo de Peñalara. Gira abruptamente hacia el E y luego desciende hasta cruzarse con el GR 10, que es el Camino Viejo del Paular.

La vereda vuelve a ascender a buen ritmo; jóvenes ejemplares de pino se amontonan aquí y allá sobre pequeños montículos, que que evidencia un pinar de repoblación.

Pinar de repoblación
Alcanzo una extensa y llana pradera a 1780 msnm, donde unas vacas pastan a sus anchas. Al fondo las laderas del cerro del Cuco, por donde hemos pasado al inicio de la ruta.

Pradera y el cerro del Cuco
Sigo por el sendero en dirección SO, en descenso hasta la cota de los 1750 msnm. Busco el lugar donde las minutas del IGN me dicen que hubo una construcción; a la izquierda, tras unos esbeltos pinos, encuentro un tejado ondulado semicubierto por las acículas de los pinos.

Refugio ignoto
Lo rodeo y miro por una ventana entreabierta: pintadas por todas partes, como de costumbre. Es curioso que, a la purria a la que le da por el "arte urbano", no se le olvida el puto spray ni de marcha por el campo. Ya podrían expresarse abrazando árboles... ah no, eso tampoco, que daña el medio ambiente.

Pasarela entre los helechos

Poco más al este una pasarela de madera vadea el arroyo de la Hoya del Toril, lo que evidencia que ya estamos cerca de la civilización. Al rato el sendero comienza a elevarse por la ladera de una loma, alcanzando una pradera muy grande y despejada, con vistas: la pradera de Cotos (1788 msnm).
 

La pradera de Cotos
Aquí, según algunos mapas topográficos antiguos, se encontraba el campamento de la Organización Juvenil Española (OJE), en forma de pequeñas cabañas que, hoy en día, han sido sustituidas por encerraderos de ganado.

En un extremo encuentro un edificio ruinoso: la Casa del Ingeniero, donde se supone vivía el encargado del mantenimiento de estos montes. Es un edificio de buena factura, sólido, de mampostería regular y arcos escarzanos en planta baja. Está en restauración o demolición, una de dos. No me queda claro; hagan sus apuestas.

Casa del Ingeniero
Tomo el camino que discurre junto a la carretera, con la idea de llegar al aparcamiento y, después, visitar unas cosillas más. De esa forma atravieso el enorme parking y me infiltro en la carretera que lleva a Valdesquí, con la intención de visitar el cerro del Pingarrón y las construcciones vintage que haya por ahí.

El helipuerto y la Venta Marcelino desde la carretera de Valdesquí
Al rato encuentro un sendero tras una barrera, a la izquierda. Tras ésta, una construcción de hormigón me recuerda sospechosamente a un búnker de la Guerra Civil Española, aunque los mapas antiguos me indican que aquí hubo otro campamento juvenil. Efectivamente, el Batallón Alpino del Guadarrama, en su defensa de Madrid de las fuerzas sublevadas, se apostó en varios lugares de la Sierra. Y éste parece uno de ellos, según delata esta construcción y unos dados de cimentación próximos a ella.

Posible construcción del Batallón Alpino del Guadarrama
Prosigo hasta encontrar el refugio del Pingarrón (1838 msnm), dotado de unas espectaculares vistas sobre el valle del Lozoya.

Refugio con vistas

Vuelvo a la carretera tratando de encontrar una construcción que aparece en las minutas del IGN; en el lugar, una pradera.

Juro que aquí había algo
Regreso al puerto, dirigiéndome al apeadero del bus. Junto al poste una auténtica reliquia de arqueología caminera: un precioso hito kilométrico del Plan Peña de 1939.
Mojón del Plan Peña

Me dirijo a la Estación de Cotos, por eso de curiosear. Lo primero que encuentro, en el lateral de la estación, es la ruina de la cantina. Accedo por lo que era la terraza, llena de enseres, productos alimenticios, grasa y todo tipo de basura; parece como si se hubieran largado ayer.

Cantina chunga

Sobre la marchita barra, vasos, tazas, papeles y botellas; "chocolate a la taza y caldito montañero", reza un cartel entre las sucias ventanas. Las vigas de madera en paredes y techo otorgan un agradable toque alpino al improvisado vertedero.

Tras la barra, más de lo mismo. Unos cuadritos en la pared, con fotos en blanco y negro, dan algo de pena.

Tras la barra del bar, una vida se va

Ya fuera observo la estación, cerrada a cal y canto. Es bonita, de gran sabor alpino con sus tres arcos y recercados de granito.

Estación cerrada
Bajo la marquesina metálica, una sorpresa: un guapísimo reloj de estación, en hora, dejando correr su segundero continuo. Me recuerda a los relojes de las estaciones de tren de Suiza, fabricados por Mondaine.
Reloj ferroviario de calidad

Junto a la estación encuentro un chalet con una imagen religiosa. Tiene pinta de casa de convivencias, aunque podría estar abandonado.

Posible casa de ejercicios espirituales
Pues nada, ya termina nuestro periplo por el puerto de Cotos. Cojo el coche y me dirijo al puerto de Navacerrada. Tras unos cuantos kilómetros, observo una apartadero con una fuente de granito en su extremo, sobre el arroyo de los Puentes.
Fuente

Bebo como un poseso. El agua está fresca, buenísima; su chorrillo brilla al sol del mediodía.

Pienso en lo mucho que he explorado y descubierto, como si fuera la primera vez que un humano pone los pies en esta tierra serrana: los glaciares, los refugios, las ruinas. Como dice Enrique de Mesa en sus Andanzas serranas:

Era un deleite trepar por la roqueda, hundir en la hierba menuda de los pastizales los pies dolo­ridos en las asperezas de agria pedriza, calmar la sed y la fatiga á la sombra de alguna peña cubier­ta de verdosos líquenes, bebiendo de bruces el agua clara y pura, nieve deshecha que borbotea humilde.
CONTINUARÁ

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