Tras la buena acogida de la entradas referidas a la excursiones celebradas en el XIV Congreso Geológico Internacional de 1926 (una serie sobre el sur de Madrid y otra sobre la Sierra de Guadarrama), procedemos a un reto de mucha más envergadura: un viaje largo, apasionante, posiblemente complejo, que nos llevará hasta la ciudad de Sevilla siguiendo la antigua vía de ferrocarril que comunicaba la ciudad del Betis con la Villa y Corte de Madrid.
Nuestra guía vintage, con dedicatoria de Alfonso XIII |
Se trata, por tanto, de una ruta de varias jornadas siguiendo el itinerario descrito en la Guía Geológica de las líneas férreas de España (Madrid-Sevilla), editada por el Instituto Geológico de España en 1926 y escrita por los ingenieros de minas Enrique Dupuy de Lome Vidiella y Pedro de Novo y Fernández-Chicarro. En cada una de estas escalas podremos observar el paisaje tal y como se muestra en la actualidad, comparándolo con las descripciones -mayormente geológicas- de la guía.
Mapa hipsométrico con nuestro recorrido marcado |
Aquí encaja advertir que el ferrocarril ha sido hasta ahora enemigo de la observación geográfica. No hablemos ya de los viajes a pie o a caballo, pero aún en la romántica diligencia se sentía el moldeado del suelo, y sus ocupantes bien a menudo dejaban de serlo cada vez que alguna empinada cuesta los obligaba a apearse para aliviar la carga del coche y desentumecerse de paso. Entonces nadie ignoraba que entre tal y cual punto se subía duro repecho para salvar aunque solo fuera modestísimo cordel de colinas. Se recordaba siempre aquella llanura pantanosa donde en invierno los ríos cortaban a veces el camino, y la sierra que se veía en lontananza por la mañana, seguía viéndose por la tarde y aún el día siguiente con esa engañadora apariencia que finge el último término cercano y que a la vez camina retrocediendo ante nosotros. El viaje era un curso de geografía práctica. Así se explica la clarísima idea que tenían de la forma de nuestro suelo los viajeros de otras edades.
Curiosísimo esquema 3D de la geología peninsular |
Grande parte del suelo español pertenece al árido cambriano y al no menos árido mioceno...todo es duro y difícil en nuestra patria donde la Naturaleza exige siempre del hombre el máximo esfuerzo. Adviértase bien, compárese con el exigido en la mayor parte de Europa y se apreciará el trabajo que ha necesitado el español para hacer carreteras y ferrocarriles de Castilla a Andalucía, de ésta a Valencia y aún más, para llegar a la remota Galicia o a la inaccesible Asturias cruzando los inhospitalarios puertos pirenaicos.
Suelos que encontraremos en nuestro viaje |
Tras la sentida intro, entramos en el tema: desde Madrid tiraremos al sur y cruzaremos la antigua Castilla la Nueva (Castilla-La Mancha + Comunidad de Madrid), después atravesaremos Sierra Morena -que es una especie de escalón entre la meseta castellana y Andalucía- salvando el desnivel del Guadalquivir, para continuar junto al río entre el terciario de la margen izquierda y los terrenos antiguos de la margen derecha. Así parece fácil, ya veremos.
Levanto los ojos de la guía para contemplar la estación de Atocha, inaugurada en 1892 con el nombre de Estación del Mediodía o del Sur. A los lados de la nave principal se adelantan los antiguos edificios de viajeros, coronados por unas rejas en las que se enmarca Madrid Zaragoza Alicante (MZA), la empresa ferroviaria que construyó la icónica estación. Por cierto: todas, absolutamente todas las fotos son de mi cosecha, a menos que se diga lo contrario.
Atocha recordando a la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante (MZA) |
Avanzo junto a la valla de obra; la nave de la estación fuga en una perspectiva que resalta la multitud de pequeñas ventanas bajo la bóveda metálica, emergiendo sobre el mar de cascotes. Al fondo, la rojiza torre del reloj parece un alminar o minarete, que no alminarete, como nos decía el típico profesor pintoresco en vías de extinción.
"Día" sorprendido por el amanecer |
Tras el rotundo cilindro del intercambiador (1990), obra de Rafael Moneo al igual que el resto de la nueva estación, dos enormes cabezas de bebé -con los ojos abiertos y cerrados- parecen enmarcar el fresco amanecer: se trata de la obra "Día y Noche" (2002), del genial (e inmortal) Antonio López, que recuerda a las víctimas del infausto 11M. Tras la redondeada pareja, un mar de bóvedas rebajadas cubre el enorme aparcamiento de rotación.
Bóvedas flotantes |
Decido tirar por la callejuela que lleva al rent-a-car. Un tren de Cercanías se esconde, suave y tranquilo, bajo el aparcamiento, sin emitir sonido alguno. Detrás, una quebrada cubierta cubre las vías de Largo Recorrido. Una de ellas, la de Sevilla, es la que vamos a seguir hasta su término.
Llega el tren |
Sigo por la calle, claramente de servicio, dejando a la izquierda el parking de los coches de alquiler. Antes de la pequeña glorieta final, giro a la izquierda entre vallas de obras. Filtrándome como puedo entre agujeros y cascotes y, bajo la suspicaz mirada de algunos operarios, alcanzo la calle trasera.
Viejos y deliciosos edificios administrativos del MZA |
Como telón de fondo surgen los edificios administrativos de la compañía MZA (1862), unidos como siameses mediante puentecillos metálicos. Fueron diseñados por un arquitecto francés y se nota: es lo más parecido a París que hay en toda la ciudad, con sus mansardas quebradas y sus ventanas recercadas; muy bonitos y ni me había fijado, oiga.
Algo más allá, entre la calle y los afrancesados bloques, aparecen unos viejos almacenes ferroviarios, algunos en rehabilitación.
Antiguo almacén |
Después un muy interesante hallazgo, vintage a más no poder: un lavadero de coches que a buen seguro estaba ya en los años 40 o 50 del pasado siglo; imagino una ristra de Seats, Biscúters y Renaults apilándose en sus cuatro nichos, bajo la marquesina de fundición. Detrás emerge la aserrada cubierta del museo La Neomudéjar, un espacio de arte moderno ubicado en una antigua nave ferroviaria.
Lavadero vintage, "de los abandonaditos" en Maps, y museo La Neomudéjar |
Giro a la derecha por la calle Antonio de Nebrija. En el cruce con la calle Comercio un parque infantil es la tierna competencia de un tremendo y hostil muro de chapa negra, pintarrajeado hasta el extremo de la kinesfera de esos artistas de medio pelo. Una frontera urbana en toda regla, como diría Kevin Lynch.
Prosigo por la agradable acera izquierda, entre cuidados parterres. A la derecha ni me acerco, que acojona. Pide a gritos una muralla de arbolado, que tape esa aberración que hace daño a la vista: al que se le haya ocurrido, al paredón por borde, nunca mejor dicho.
Llego a la primera interrupción en la intención de ir siempre lo más cerca posible de las vías: la calle del Comercio se mete en un túnel que las atraviesa, forzándome a cruzarla a la altura de la calle Téllez.
Frontera artificial |
Sigo por Téllez entre bloques de viviendas de buena factura, para girar a la derecha por la travesía homónima, que me arroja de nuevo al espacio ferroviario, separándome de él una mutación de la chapa metálica, esta vez montada sobre un muro de mampostería de piedra irregular.
Sunrise y muro 2.0 |
Prosigo por la acera izquierda, admirando los canijos arbolillos a los que les gustaría tapar el muro de las lamentaciones.
Al poco encuentro una pista de pádel y la fachada trasera del antiguo edificio principal de los Docks, antiguamente los cuarteles de Daoiz y Velarde (1861), del estilo neomudéjar tan típico de la época.
En su origen se trataba de un complejo de aduanas y almacenes relacionados con la estación de Atocha, para después convertirse en recinto militar; en la actualidad el complejo, dividido en varios edificios, acoge un polideportivo cubierto, centro cultural, teatro y oficinas del excelentísimo "Ayto".
Tiro por la calle Téllez, junto a la nave de la Escuela Municipal de Música Plácido Domingo, hasta llegar a la plaza de Daoiz y Velarde, un ensanchamiento de arena y arbolillos que deja ver la aserrada cubierta del edificio principal de los Docks. Al fondo, el negro y cantoso -y que además parece una TV antigua- edificio de la Junta Municipal del distrito de Retiro (2004), cortesía del arquitecto Rafael La-Hoz; su color ya lo indica: mejor no tener que pisarlo.
Plaza de arenas movedizas con negro edificio al fondo |
Arco original |
Me cuelo entre el edificio principal de los Docks y el lateral, también de cubierta aserrada pero de una sola planta.
Fachada principal de los Docks |
Desciendo por una escalinata que me deja en una especie de avenida dotada de un suelo de granito fisno y doble fila de árboles. Al fondo, un interesante cul-de-sac: una amplia jardinera, equipada con vigorosas plantas, escolta una escalinata y un túnel cerrado lleno de mierda, sin duda el lugar ideal para aliviarse -o pegarse un tiro- tras una mañana de burocracia en las cercanas oficinas municipales.
Agujero oneroso |
Al lado, una larga nave de ladrillo de tres plantas alberga la Federación Madrileña de Kárate, por si hubiera que defenderse.
Giro por la calle del Hoyuelo; a los pocos metros encuentro la trasera del edificio de oficinas de la Policía Municipal, que parece una especie de escalera. A la derecha, una zona verde con buenas canchas deportivas.
Canchas guapas |
Avanzo entre el rocódromo y la elevada calle de Pedro Bosch, internándome bajo el oscuro viaducto para darme de bruces contra el enorme y pseudobrutalista edificio de la Empresa Municipal de Transportes (2002), diseñado por el estudio Cano-Lasso: sus dos volúmenes son más pesados que un collar de melones.
Mamotreto de la EMT |
Alcanzo el muro negro en la calle del Cerro de la Plata, con las típicas y anodinas viviendas de ladrillo rojo construidas a principios de este siglo. Al poco alcanzo un pequeño collado en el que se vislumbra, ya bastante cerca, el distrito de Puente de Vallecas.
Collado con vistas a Vallekas |
Desciendo suavemente para encontrar, a la izquierda, una escuela. Detrás un antiguo edificio de dos alturas con pórtico de madera y cubierta de teja, usado como centro social. En el plano de Núñez Granés, de 1910, aparecen en este lugar un conjunto de edificaciones denominadas "La California".
Rodeo el conjunto observando el pórtico de madera a dos alturas, que deja ver las oficinas interiores. Parece una casona toledana rodeada de modernos -feos pero funcionales- bloques de viviendas: el último vestigio de "La California".
Casona toledana |
Prosigo junto a las vías. A la derecha, sobre el muro de chapa, emergen los pórticos metálicos de las catenaria. El reflejo de la escasa luz de la mañana sobre el muro de chapa resulta sorprendentemente bonito, para variar.
Soportes de las catenarias |
A la izquierda aparece el huerto urbano comunitario Adelfas, que parece más bien un punto limpio con algo de césped. Hablando de puntos limpios, está pegado a un cantón de limpieza: debe haber interesantes sinergias entre ambos espacios.
Huerto urbano en barbecho |
Llego al cruce con la calle Cerro Negro, que atraviesa las vías hacia una comercial y la estación Sur de autobuses. La torre Suecia (1993), edificio posmoderno diseñado por Ricardo Bofill, emerge sobre los cables de las catenarias.
Túnel y torre |
Cojo la calle a la izquierda para cruzar al espacio que está pegado a la M-30, con la intención de atravesarla lo antes posible. Me recibe una pérgola que no sirve para nada, ni da sombra ni la quita.
Triste pérgola |
El tremendo amasijo de vías discurre en dirección sureste, sin posibilidad de acercamiento, al menos de momento; quizás en Puente de Vallecas.
Adiós vías |
Tras unos juegos infantiles emerge, mimetizándose en los colorines, un hotel al otro lado de la M-30: un cuadro de Mondrian pero en muy budget.
Hotel para menores de 10 años |
Un poco más allá, una azulada mesa de pimpón resulta ideal para un botellón estival o fiesta campera, dependiendo de la edad: las sillas plegables las llevas tú.
La Mesa de Salomón |
Por fin llego al paso inferior de la M-30, internándome en el distrito de Puente de Vallecas, más concretamente en el barrio de San Diego, a buen seguro más interesante que el barrio de Pacífico.
Nada más cruzar cojo la calle María Bosch, que me deja en la plaza frente a la iglesia de San Ramón Nonato (1900), reformada y ampliada por Luis Cubillo de Arteaga, cuyo estilo neomudéjar/neorenacentista destaca frente a los otros edificios -mucho más modernos- que pueblan este tramo de la calle Melquiades Biencinto. Es de esas parroquias de meritorio trabajo social: poseen un comedor y oficinas de Cáritas.
Iglesia y placa de María de Villota |
Frente a la puerta encuentro una placa conmemorativa a María de Villota, una piloto de automovilismo que falleció en 2013, y cuyo cuerpo físico está enterrado en la cripta de la iglesia, junto a los de sus antecesores.
En una esquina de la plaza encuentro un edificio de estilo racionalista (1940), con la cara velada por una malla de obra que deja entrever su ventanas verticales y cornisa y barandilla horizontales: una delicia de otro tiempo.
Modernismo velado |
Avanzo por Melquiades Biencinto -vaya nombre- atravesando una agradable plaza con bareto y terraza. Un poco más adelante, a la derecha, encuentro una hermosa fachada neomudéjar (1925) que aloja las oficinas de SEO Birdlife, una entidad ornitológica conservacionista. Balcón corrido chulísimo, por cierto.
Vaya pájaros |
Pasada la calle Peña Ubiña encuentro una bonita serie de casas con fachadas pintadas (1910) y recercados en ventanas, con cornisas de estilo neomudéjar. A principios del siglo XX, todas las fachadas de esta calle debían ser de este estilo o de ladrillo visto.
Casas pastel |
Tiro, en dirección E, por la calle Peña Ubiña, girando a la izquierda por la avenida del Monte Igueldo. En la esquina de la calle Peña Gorbea y presidiendo una avenida peatonal encuentro una extraña escultura blanca: "Los Paseantes", de Jesús Molina (2004). Original: dos papeles caminando.
Paseantes variados |
Al lado surge el mercado de Puente de Vallecas (1946), con sus puertas laterales de inspiración neoclásica, escurialense. Se nota que, en esa época, se trató de elevar la escasa alegría de los vecinos con obras grandilocuentes.
Mercado con mestizaje |
Asciendo por la calle Martínez de la Riva. A la izquierda, según indica un vetusto cartel, encuentro la Unidad Vecinal Erillas (1953). Consta de 380 viviendas de renta limitada en bloques lineales de ladrillo visto, con elementos comunitarios dentro de manzanas cerradas, no accesibles si no eres más que un cotilla como el que escribe.
Unidad Vecinal Erillas |
Rodeo el conjunto por la calle Puerto de Pajares, observando la lisura de la fachada, sin retranqueos, molduras ni nada que eche sombra. Lo único que le da gracia es precisamente lo que no la tiene: los aparatos de aire acondicionado.
Giro a la derecha por la calle Puerto del Monasterio, hasta llegar a una hendidura con un parque infantil que es como la masilla, rellena todos los huecos. Desde aquí se pueden comparar dos fachadas totalmente diferentes, pertenecientes a dos conjuntos distintos: a la derecha, la austera fachada tipo de la Unidad Vecinal Erillas; a la izquierda, la fachada de un bloque de la Colonia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (1941), menos severa y de mejor aspecto que la anterior, aunque más antigua.
Duelo de fachadas: Erillas vs Perpetuo Socorro |
Giro a la derecha por la calle María Paz Unciti, animado por su edificio esquinero en color pastel, de aspecto racionalista (1940).
Calle hundida |
Plaza dura, dura |
Atravesándola echando leches llego a la plaza de Corpus Barga donde, tristemente, encuentro varias personas sin hogar tiradas en las zonas cubiertas y, tras ellos, la agradable fachada de la parroquia de San Francisco de Asís (1956), embutida en los edificios de viviendas de la Colonia del Perpetuo Socorro; sus torres de aspecto andaluz, frontón y arquería son una delicia, casi un pecado.
Parroquia integrada |
Me filtro por la derecha junto a una comisaría de policía, hasta llegar a la calle Arroyo del Olivar. Giro a la izquierda por la calle de Uceda y continúo a tope, hasta un fondo de saco donde encuentro una plaza de casas bajas adosadas, de dos alturas: estoy en la colonia San Jorge (1952), que comprendía, además de estos chalets, bloques en doble crujía y bloques tipo corrala.
Adosados de San Jorge |
La plaza presenta una encantadora atmósfera de pueblo; las casas están tuneadas convenientemente de diferentes colores, rejas y puertas, y las sillas afuera parecen esperar un alfresco dining, como dicen snobs y angloparlantes. El detalle de diseño viene de las plantas altas, en origen balcones: esas ventanas amplias, horizontales, le dan un toque sorprendentemente lujoso.
Alcanzo, de nuevo, la calle de Martínez de la Riva, para darme de bruces contra el imponente bloque longitudinal tipo corrala de la colonia San Jorge. Sus larguísimas galerías abiertas dan entrada a las viviendas y, en medio, sale un bloque de escaleras unido por puentecillos. Al otro lado es más convencional, con buenos balcones.
Corrala brutal |
Prosigo por Martínez de la Riva hasta encontrar un clúster de arquitectura moderna en el cruce con la calle Puerto de la Bonaigua. A la izquierda, dos bloques de viviendas tipo "salpicón de marisco" (2008-2012), con balcones y ventanas espolvoreadas por la fachada, cada una a su bola.
Bloques "salpicón de marisco" |
Frente a ellos otra modernez con toque inquietante: las "ecochimeneas" (2008): un bisoño esfuerzo para camuflar las chimeneas de la central térmica de Vallecas (2011), que provee de calefacción y agua caliente a todas estos bloques de viviendas. Vamos, es como una caldera gigante; vaya jarto, chaval.
Al lado un bloque aserrado alicatado en negro (2020), como ansioso o histérico, mira a las chimeneas: pura distopía madrileña que recuerda, a lo budget, la arquitectura futurista de Antonio Sant'Elia.
Ecochimeneas con bloque histérico |
Vivienda divertida |
Giro por la calle de Santa Alicia en dirección NO. A la altura de Gregorio Navas tiro a la izquierda para meterme por Pablo Rica. Al final, un tunelillo me indica la presencia de una plaza ignota.
Túnel en Pablo Rica |
El espacio se desahoga, a la derecha, con unas canchas deportivas, un espacio de aparcamiento algo cutre y un edificio ruinoso, convenientemente apuntalado.
De frente aparece una plaza adoquinada con una fuente de fundición de las madrileñas de toda la vida, lo que le confiere un aire familiar, agradable bajo la amarillenta luz del mediodía invernal; los edificios que la circundan son de los años cuarenta a sesenta, así que infiero que la plaza, desde luego, tiene sabor añejo. Y es que el adoquinado siempre otorga calidez urbana, lo contrario que el asfalto.
Plaza adoquinada con fuente clásica madrileña |
Tiro, a la izquierda, por la travesía de Palomeras. Ya estoy cerca, de nuevo, de las vías del tren, nuestro objetivo hasta que alcancemos la ciudad de Sevilla. A unos pocos metros las encontraré en el barrio de Entrevías, uno de los distritos más mitificados -para mal- de toda la ciudad.
Tras las vías, entrevías |
Así pues, en la próxima entrada disfrutaremos de un paseo inolvidable por ese mítico barrio fronterizo tan apasionante como olvidado: Entrevías.
CONTINUARÁ